Quería escapar inmediatamente, salir de ahí lo más
pronto posible, salir a correr, normalmente lo hacía con calma unos 4-5 km como
parte de mi día para terminar de cansarme, esta vez corrí con furia, no se
cuantos kilómetros fueron, salí del consultorio a medio día, llegué a mi casa,
me puse un par de tenis y mis shorts de atleta y así sin más salí a correr, no
tenía rumbo fijo, sólo corrí, el sol más intenso que otros días pegaba fuerte
en mi cara sacando gruesas gotas de sudor de mi frente, no quería pensar, sólo
correr, sólo quería sentir el golpeteo del pavimento bajo mis pies recorriendo
mi cuerpo hacia mis rodillas, subiendo a mis caderas, expandiéndose por mi
torso para concentrarse otra vez en mis clavículas y de ahí bajando a mis
brazos que se movían tan fuerte como mis piernas, nunca había corrido tan
rápido, nunca había corrido tanto tiempo, sólo quería correr, creo que en el
fondo quería escapar, huir de esta noticia que no entendía bien a bien, huyendo
de ese resultado que no quería entender, que no podía aceptar.
Corrí hasta caer de dolor, fueron más de 3 horas a un
paso intenso, había terminado al otro lado de la ciudad, paré por que no podía
más, el dolor en todo el cuerpo por fin había invadido mi cabeza, me encontraba
aturdido, no sentía más que las punzadas de dolor que iban de mis pies a mi
cerebro, caí rendido con mis rodillas al piso, así estuve unos minutos, la
gente que pasaba me veía extrañada, por fortuna traía mi celular y en mi aturdimiento
logré marcar el número de mi madre, mi hermano contestó y media hora después ya
estaba llevándome a casa, afortunadamente no preguntó nada, me acompaño hasta
la puerta del departamento y me dio un fuerte abrazo, nunca hemos tenido
muestras muy grandes de cariño pero algo lo impulsó a ese gesto que intuyó
necesitaba. Cerré la puerta y directo a la cama, dormí hasta el medio día
siguiente, no quería despertar, no quería pensar pero el hambre y una ansiedad
que no había conocido hasta ese momento me invadió, arranqué del refrigerador
unas rebanadas de jamón y una fruta y otra vez a correr, no podía, no quería
dejar que esta realidad entrara a mi mente, no sabía que hacer con ella, quería
borrarla y sólo se me ocurría correr para llenar mi cuerpo y mi cabeza con el
dolor en mis piernas y músculos, que nada más pudiera ocupar mis pensamientos.
Pasaron un par de meses en que no podía más que
correr, una ansiedad por hacer todo rápido me invadió: salía hecho un bólido
rumbo al trabajo, manejando con desesperación rebasando límites de velocidad,
esquivando autos, pasándome señales preventivas, desesperándome al toparme con
luces rojas en los semáforos, me convertí en una máquina workahólica en el
trabajo, sacando pendiente tras pendiente, logrando meta tras meta en tiempo
record, mi capacidad de concentración se volvió extraordinaria, no quería
pensar más que en lograr los números a como diera lugar y lo más rápido
posible, trabajando aún los fines de semana sin descansar, todo con tal de
evitar pensar, salía del trabajo disparado rumbo el Gimnasio y después a
correr, correr sin parar, correr y no sentir más que el aire y el dolor en mis
piernas, correr y no pensar, correr y no saber, correr y no aceptar, correr y
evadir.
Después de un par de meses de todo este correr,
inevitablemente llegó el colapso, una gripa inofensiva en tres días se
convirtió en neumonía, tanto ejercicio me había hecho perder ya 5 kilos que no
me sobraban, mi cuerpo estaba exhausto y finalmente me invadió la realidad, no
quería aceptarlo pero ahí estaba encerrado en cuatro paredes, postrado en una
cama de la cual no podía levantarme por falta de fuerza, una gran piedra se
postraba encima de mí, y mis piernas no respondían, no podía correr, no podía
huir. No pude con la angustia de mi Madre y mi hermano, no podía con la mía
propia y ya no pude contenerme más, la presencia de mi familia me sirvió de
muro de contención para chocar y destrozar mi resquebrajado corazón:
“Mamá, Tengo Sida”
Salieron de mi boca esas palabras y ya, una gran
liberación, las ganas de correr desaparecieron, sólo esas palabas y ya, una
gran paz me invadió, creo que a mi madre y mi hermano les pasó lo mismo, noté
como se desvanecía la tensión en su mirada y en sus hombros mientras se
aventaban a mi cama para abrazarme, el llanto de mi madre se acompañaba de un
“Te quiero mucho mijo” repetido incesantemente, el persistente silencio de mi
hermano seguía intacto acompañado de una respiración profunda mientras nos
abrazaba a mi madre y a mí y yo ahí, fundido en los brazos de estas dos
personas que me han acompañado toda mi vida, recordé tantos momentos a la vez, tanta
felicidad que me habían dado, recordé a mi padre que falleció hace algunos
años, recordé quien era y que estaba aquí, la seguridad de estos brazos me
devolvió la paz y haber aceptado esta gran piedra que venía cargando fue un
salto hacía la libertad, la bajé de mis brazos y la puse junto a mi, pude
sentir como se iba haciendo chiquita desinflándose hasta quedar en una
pequeñísima piedra negra, me figuré que lo tomaba en mi mano y la ponía en mi
bolsillo, ahora está pequeña roca me acompañará toda mi vida, pero no me
detendrá, no podré huir de ella, siempre va a estar ahí, ya no es esa enorme
roca que crecía y rodaba veloz persiguiéndome, esa roca de la cual huía
corriendo. Ahora es una piedra que tengo que cuidar, imagino que a veces la
traeré en el zapato molestando, otras apacible en mi bolsillo, Así es esto, no
puedo huir de ella, no me conviene huir de ella, no la puedo dejar crecer otra
vez y que me caiga encima aplastándome, ya no puedo huir, ahora camino con
ella, camino sereno, ni más ni menos feliz. Solo así, yo y mi pequeña piedra
negra. Yo y mi diagnóstico positivo.